Soledad
Puértolas desgrana la vida de una familia atípica a través de los
ojos de un anónimo amigo
“Mis
ojos iban de un lado a otro, llenos del temor que inspira el paisaje
desconocido y anhelado. Como la primera vez que me encontré en El
Cielo, enmudecíy deseé no haber deseado ser amigo de Terry.”
Tendemos
a idealizar, a mitificar a ciertas personas y personajes. Es un hecho
perfectamente objetivo que el ser humano necesita héroes, mitos y
leyendas, así como vanidades y “egolatrismos” varios para
existir. Soledad Puértolas lo sabe, y no pudo escoger mejor su carta
de presentación como escritora (publicada) que el inquietante “El
bandido doblemente armado”. Esta obra es un canto coral y sin
embargo egocéntrico del falso misticismo al que sometemos a algunos
seres humanos. Porque deberíamos de tener algo de cuidado al
encumbrar a falsos ídolos de latón chapado en oro. Salvando las
diferencias abismales con el relato de Puértolas, baste como ejemplo
la inoportuna mitificación de seres tan mediocres y perjudiciales
socialmente como el “Chapo” Guzmán, elevado a los altares
legendarios como una especie de ladrón pícaro, obviando la lacra
social de sus negocios y las barbaridades cometidas a costa de ellos.
Es
la obra de Soledad Puértolas una especie de purgatorio, de limpieza
de mitos, en el que un narrador se espolsa su anterior admiración a
base de confesiones más o menos continuadas, más o menos
coherentes, sobre la familia Lennox. Porque esta fascinación residía
en lo inalcanzable que se presuponía para la persona que cuenta su
experiencia cada uno de los integrantes de los Lennox, la familia
protagonista. Lo más impactante de la novela de Puértolas es
precisamente que al fin de la carrera realmente conocemos poco de
cada protagonista, quizá un esbozo, y a través de ese borrador de
personalidades el lector retoca todo lo demás. Muchas críticas
acentúan sus estudios acerca de la novela de Puértolas fijándose
en lo que la escritora escatima, pero precisamente eso es lo
imprescindible de la historia. El desconocimiento lleva al interés
por lo oculto, por lo hermético, y tratar de asaltar esos agujeros
narrativos es lo que da a la novela precisamente su sentido.
Escondido
tras su anonimato, un narrador nos cuenta la relación que a lo largo
del tiempo ha tenido con la familia Lennox. Comienza en la edad
escolar del narrador con el primer encuentro, a través de Terry
Lennox, con el señor Lennox, casado con la señora Lennox, viuda y
de una posición privilegiada. Los hijos del primer matrimonio de la
señora Lennox son muy dispares y tienen distintos caracteres y
sensibilidades. Así nos lo hace saber el narrador a través de
experiencias, que siempre escrutan la personalidad y la admiración
por los integrantes de la familia. Pero no todo es perfecto ni mucho
menos en los Lennox. El narrador siempre se sitúa cerca de la
familia, durante los buenos momentos (los veraneos en Deveraux), o
los peores (muertes inesperadamente esperadas), allí está para
vivir su vida al lado de esta familia. Su estrecha relación con
Terry, el miembro más díscolo de la familia, marcará profundamente
su relato.
Ciertamente
es un relato que se puede deglutir en un abrir y cerrar de ojos no
sólo por lo breve de su factura, sino también por la manera
sencilla de la redacción, sin aditivos ni conservantes, dejando lo
fundamental a la exposición del lector, y lo secundario a su
criterio. A veces caótica, a veces inesperada el final deja al
lector inmerso en las dudas acerca de la verdadera razón de ser de
la confesión del narrador. La obra mereció el Premio Sésamo 1979,
siendo alabada por la crítica que llegó a asegurar que Puértolas
había realizado “una narrativa más abierta y sofisticada”.
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