martes, 9 de febrero de 2016

ANECDOTECA: Que cada uno empiece con lo suyo

Fue invitado Wenceslao Fernández Flórez a una fiesta de sociedad, y como su fama de autor de obras irónicamente humorísticas le precedía, la gente, claro está, esperaba de él alguna chanza u ocurrencia que les hiciese más alegre la velada. Pero Fernández Flórez estuvo callado durante la velada, para desgracia de aquellas personas que creían que teniendo un autor humorístico contagiaría a los demás de sus jocosos ingenios. Así que una señora se dirigió directamente al escritor y le preguntó que por qué no decía ninguna gracia ya que era humorista. Éste le preguntó a la dama cual era la profesión de su marido. “Cirujano” respondió extrañada. “Pues nada. Que primero se ponga él a operar de apendicitis a alguien, ¡no voy a ser yo el único que ejerza en esta fiesta mi profesión!”.

ANECDOTECA: El ingeniero y el desalojado

     El escritor Juan Benet, que ejerció también como ingeniero, fue uno de los responsables técnicos de la creación Embalse del Porma, que cubrió la población de Vegamián, localidad natal de Julio Llamazares. Es curioso que años después se conocieran, e incluso Llamazares le hizo una entrevista. Todo ello se recoge en el artículo “El sueño de Juan Benet”.
http://elpais.com/diario/2009/01/27/opinion/1233010805_850215.html


APUNTE BIBLIOGRÁFICO: Julio Llamazares

Memorias de un nómada espiritual
Julio Llamazares nació el 28 de Marzo de 1955 en Vegamián, un pueblo ahora sumergido, y es quizás esa Atlántida de su recuerdo el estigma que ha marcado gran parte de su vida y por consiguiente de su obra. Por una parte su acercamiento al mundo rural que él mismo asumió durante su infancia en Olleros de Sabero (León), y que le permite conocer perfectamente a personas y lugares. Por otro lado su nomadismo espiritual y temporal que emana de sus novelas, palpable en títulos como “La lluvia amarilla”, “Las lágrimas de San Lorenzo”, o “Distintas formas de mirar el agua”. Y por último el cuidadísimo lirismo melancólico del poeta, quizá mimando la palabra perdida. Aparte de novela y poesía Llamazares ha abordado sobre todo el periodismo, y realizado incursiones en el guión cinematográfico, en el relato corto y en los libros de viajes. 

PALABREJUELAS: AZAFATA

Las mujeres disponían sus perfumes y sus alhajas en unos cestos o bandejas que se denominaban as-safát en el árabe que se hablaba en la península durante la época de Al-landalus. De ahí derivó a azafate, que pasó a denominar a las doncellas que se encargaban de atender, vestir y "enjoyar" a las grandes damas, ya que dichas muchachas portaban estos cestos donde guardaban tan preciados adornos. Incluso uno de los puestos más prestigiosos durante la Edad Media era el de la dama que portaba el azafate de costura para la Reina. Dicho término cayó en desuso con el tiempo (aunque existe en el diccionario de la RAE), hasta que, con el comienzo de la aviación civil en nuestro país, se retomó “azafata” para designar a las auxiliares de vuelo. Como curiosidad apuntaremos que en catalán se ha conservado el vocablo árabe "safata" como "bandeja”.

LITERATURA + ACTUALIDAD: La lluvia amarilla, Julio Llamazares.

UNA CONFESIÓN QUE RESUME UNA VIDA Y UNA DERROTA EN LA AGONÍA DEL ABANDONO.
Julio Llamazares nos sumerge en el problema de la despoblación desde el alma del último habitante de Ainelle.
“Yo he vivido día a día (…) la lenta y progresiva evolución de su ruina. He visto derrumbarse las casas una a una y he luchado inútilmente por evitar que ésta acabara antes de tiempo convirtiéndose en mi propia sepultura. Durante todos estos años, he asistido impotente a una larga y brutal agonía”.
Hace unos días la Dirección General de Ordenación del territorio comenzó a reunirse para impulsar políticas comunes contra la despoblación en nuestro territorio, y generar un nuevo “Plan integral de política demográfica y contra la despoblación”. Y es que el desangrado poblacional es un problema que la provincia ha sufrido desde décadas, incluso desde generaciones. El ejemplo más extremo de esta sequía demográfica son las poblaciones fantasma. Pedazos de nuestra historia en los que ya nunca habrá un después. Cuando uno pasea por una población abandonada, sin duda un reguero de emociones se apodera de cada paso que descubre sus casas deshabitadas. La mente se alinea con el pasado cercenado de sus “inhabitantes”, y al visitante le asalta la curiosidad de saber cómo fue el último suspiro de aquel lugar. Y entonces Julio Llamazares nos invita a asistir a dicha agonía con “La lluvia amarilla”, una obra que desata las emociones del lector hasta llevarle al borde de las lágrimas, o directamente desbordarle con esta confesión postrera.
Y es que Llamazares conoce perfectamente las sensaciones del desarraigo del pueblo extinguido, ya que el escritor leonés nació en Vegamián, un pueblo engullido por la construcción del embalse del Porma. Quizá fue en “La lluvia amarilla” donde volcó todos sus recuerdos, sus sentimientos, y su maestría describiéndonos, a través de su último habitante, la decadencia física y espiritual de Ainielle (población que se puede visitar en el Pirineo oscense, perteneciente a Biescas). Nadie puede leer esta obra maestra sin que un escalofrío hiele su alma. La nostalgia de los recuerdos perdidos entre la decadencia del abandono, los continuos gritos de un pasado invadido por la maleza y las ortigas, la certeza de que ese desamparo no tiene vuelta atrás, y la soledad llevada hasta la locura, conmueven hasta helar el tuétano. La utilización del monólogo autónomo como recurso literario dota a la novela de un plus de sentimentalidad, como el susurro de un moribundo a los pies de su cama.

Un hombre está a la espera del último suspiro. El suyo y el de Ainelle, el pueblo que le vio nacer, crecer, enamorarse, tener hijos… pero que ya sólo es un montón de ruinas comidas por el abandono, la vegetación descontrolada, y el tiempo. Este último habitante ve cómo marchan sus últimos convecinos, dejando a merced de la soledad a él, a su mujer Sabina, y a la perra que les acompaña. Pronto la tristeza de la mujer le atenaza y se le apodera, no pudiendo resistir dicha situación. Entremezclándose con la descripción de sus últimos días en Ainelle, nuestro confesor desgrana pasajes de los recuerdos de su vida en el pueblo que nos dan una idea del sufrimiento desgarrador que la soledad y el peso del pasado le infligen.