Fue invitado Wenceslao Fernández Flórez a una
fiesta de sociedad, y como su fama de autor de obras irónicamente
humorísticas le precedía, la gente, claro está, esperaba de él
alguna chanza u ocurrencia que les hiciese más alegre la velada.
Pero Fernández Flórez estuvo callado durante la velada, para
desgracia de aquellas personas que creían que teniendo un autor
humorístico contagiaría a los demás de sus jocosos ingenios. Así
que una señora se dirigió directamente al escritor y le preguntó
que por qué no decía ninguna gracia ya que era humorista. Éste le
preguntó a la dama cual era la profesión de su marido. “Cirujano”
respondió extrañada. “Pues nada. Que primero se ponga él a
operar de apendicitis a alguien, ¡no voy a ser yo el único que
ejerza en esta fiesta mi profesión!”.
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