martes, 9 de febrero de 2016

LITERATURA + ACTUALIDAD: La lluvia amarilla, Julio Llamazares.

UNA CONFESIÓN QUE RESUME UNA VIDA Y UNA DERROTA EN LA AGONÍA DEL ABANDONO.
Julio Llamazares nos sumerge en el problema de la despoblación desde el alma del último habitante de Ainelle.
“Yo he vivido día a día (…) la lenta y progresiva evolución de su ruina. He visto derrumbarse las casas una a una y he luchado inútilmente por evitar que ésta acabara antes de tiempo convirtiéndose en mi propia sepultura. Durante todos estos años, he asistido impotente a una larga y brutal agonía”.
Hace unos días la Dirección General de Ordenación del territorio comenzó a reunirse para impulsar políticas comunes contra la despoblación en nuestro territorio, y generar un nuevo “Plan integral de política demográfica y contra la despoblación”. Y es que el desangrado poblacional es un problema que la provincia ha sufrido desde décadas, incluso desde generaciones. El ejemplo más extremo de esta sequía demográfica son las poblaciones fantasma. Pedazos de nuestra historia en los que ya nunca habrá un después. Cuando uno pasea por una población abandonada, sin duda un reguero de emociones se apodera de cada paso que descubre sus casas deshabitadas. La mente se alinea con el pasado cercenado de sus “inhabitantes”, y al visitante le asalta la curiosidad de saber cómo fue el último suspiro de aquel lugar. Y entonces Julio Llamazares nos invita a asistir a dicha agonía con “La lluvia amarilla”, una obra que desata las emociones del lector hasta llevarle al borde de las lágrimas, o directamente desbordarle con esta confesión postrera.
Y es que Llamazares conoce perfectamente las sensaciones del desarraigo del pueblo extinguido, ya que el escritor leonés nació en Vegamián, un pueblo engullido por la construcción del embalse del Porma. Quizá fue en “La lluvia amarilla” donde volcó todos sus recuerdos, sus sentimientos, y su maestría describiéndonos, a través de su último habitante, la decadencia física y espiritual de Ainielle (población que se puede visitar en el Pirineo oscense, perteneciente a Biescas). Nadie puede leer esta obra maestra sin que un escalofrío hiele su alma. La nostalgia de los recuerdos perdidos entre la decadencia del abandono, los continuos gritos de un pasado invadido por la maleza y las ortigas, la certeza de que ese desamparo no tiene vuelta atrás, y la soledad llevada hasta la locura, conmueven hasta helar el tuétano. La utilización del monólogo autónomo como recurso literario dota a la novela de un plus de sentimentalidad, como el susurro de un moribundo a los pies de su cama.

Un hombre está a la espera del último suspiro. El suyo y el de Ainelle, el pueblo que le vio nacer, crecer, enamorarse, tener hijos… pero que ya sólo es un montón de ruinas comidas por el abandono, la vegetación descontrolada, y el tiempo. Este último habitante ve cómo marchan sus últimos convecinos, dejando a merced de la soledad a él, a su mujer Sabina, y a la perra que les acompaña. Pronto la tristeza de la mujer le atenaza y se le apodera, no pudiendo resistir dicha situación. Entremezclándose con la descripción de sus últimos días en Ainelle, nuestro confesor desgrana pasajes de los recuerdos de su vida en el pueblo que nos dan una idea del sufrimiento desgarrador que la soledad y el peso del pasado le infligen.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes dejar aquí tus comentarios